Hoy precisamente hace un mes que me incorporé al equipo de ventas del concesionario Opel Karealde. Otro día os contaré más detalles al respecto de cómo transcurrieron esos primeros días de adaptación, las fases de ansiedad, nervios, y otras emociones que he vivido durante los inicios. Pero hoy os vengo a contar otra cosa. Un pequeño detalle, una historia, que me ha hecho reflexionar y recordar por qué elegí esta profesión y me siento feliz de haber podido retomarla.
-¿QUÉ TE GUSTA DE LA PROFESIÓN DE COMERCIAL?
Joder. En la entrevista antes de entrar a formar parte de la «familia» Karealde me lanzaron esta pregunta. En esos momentos de tensión, donde uno se está jugando entrar o no entrar en el puesto ofertado, me vino a la cabeza la típica respuesta que recuerdo de otras veces: El juego de la negociación, el supuesto «status» que se obtenía (cuando ser vendedor de coches era una profesión respetada por los clientes), la posibilidad de ganar dinero con las ventas… Sinceramente, ya no sé ni lo que dije… Pero NO, no es por eso. Y NO, no mentí en la entrevista, simplemente que había olvidado REALMENTE qué es lo que me «motiva» y hoy me lo han recordado. Os cuento…
El caballero que se ve en la foto, al lado de su SEAT Córdoba, es mi primer cliente de vehículos nuevos. Ha comprado (o le hemos vendido, como prefiráis verlo), un Corsa. No voy a entrar en detalles de cómo ha sido la «negociación». Baste decir que acudió unas cuatro veces al punto de venta a solventar dudas y aún estando el coche matriculándose, todavía «perdimos» dinero por un malentendido con su ayuntamiento. Buena o mala venta, mi jefe lo decidirá. Ese no es el detalle que me importa.
LO QUE DE VERDAD ME VALE
Hoy estaba asfixiado por atender a un montón de gente debido a un evento que se ha organizado para vender coches con precio OUTLET (mañana y pasado también seguimos con eso, por si os interesa). Entre atender a uno y a otro, Pedro -que así se llama el caballero-, ha aparecido por la exposición y se ha acercado a mi mesa. (…) Por un momento, pensaba que ya venía a preguntarme alguna cosa de funcionamiento de su nuevo coche, cuando de repente, me ha soltado una «propina» por el trato que he tenido con él en todo momento.
«No cambies nunca. Tú sigue así que vales mucho»
Os prometo que no ha sido el dinero, con el que pienso invitar a cafés a todos mis compañeros y a mi jefe, sobre todo, que me ha ayudado un montón con este señor. (y no es peloteo). No es la pasta, os lo prometo. Ha sido verle la cara de emoción al dirigirse a mí, darme la mano a modo de agradecimiento y decirme que «No cambie nunca, que está encantado y que valgo mucho», lo que me ha hecho recordar por qué me gusta este mundillo tan duro, y por qué sigo peleando cada día, con cada cliente.
Definitivamente, eso es lo que me gusta de mi trabajo. Tener la oportunidad de provocar ese tipo de emociones en las personas. No el hecho de que valoren y reconozcan el trabajo realizado. Aunque reconozco que es de agradecer por lo infrecuente que resulta entre la clientela.
Me gusta vivir esa «transformación» que se ha producido desde que ví a Pedro la primera vez y éramos unos perfectos desconocidos. Los choques que se han producido durante el proceso de negociación, rebatiendo y exponiendo las posturas que ambos hemos mantenido estos días. Para, finalmente, acabar dándonos la mano como caballeros. No sé, supongo que será una ñoñada visto desde fuera. Pero para mí resulta importante toparme con este tipo de gente de vez en cuando y recordar para qué estoy trabajando de comercial.
No todos los clientes son así. Es dura la vida de vendedor (y el que está ahí lo sabe muy bien). Por eso comparto esta pequeña historia con vosotros, esperando que haya más gente como Pedro por ahí y podamos conectar con ellos. A nivel emocional, es una pasada cuando ocurren estas cosas.